sábado, 17 de diciembre de 2011

Aquél café...


En un viejo café había dos personas sentadas en silencio.

No tenían nada que decir. Ellos para comunicarse no se necesitaban hablar. Para comprenderse bastaba con mirarse a los ojos, e, irónicamente, en ese momento las palabras faltaban.

Sólo eran dos palabras. Ellos estaban sentados frente a frente. Pero aún así un abismo insondable los separaba.

¿Cómo era tan difícil decir aquello? Simple: Miedo. Miedo a perder su amistad, a ya no tenerse uno al otro. Miedo a la falta de su otra alma. Porque se necesitaban como al aire. ¿Porqué arriesgarse a perder su amistad de siempre, si ése podía ser un amor sin corresponder?

Tratando de ganar coraje, él la miró. El no encontrar sus ojos lo envolvió en una oscuridad espantosa. Desolado, bajó la mirada.

Y ella buscó sus ojos, pero no hubo resultado. Suspiró y miró al suelo de nuevo.

No había escapatoria, lo sabían. Su corazón les reclamaba al mirar al otro y sentir su tristeza, esa tristeza convertida en un silencio que los rompía poco a poco. La historia se había repetido ya varias veces. Se habían llamado para ver si por fin podían hablar sobre lo que sus corazones gritaban pero sus bocas callaban con necedad. Pero no. Ella suspiró. Otro día sería entonces. Si es que no morían de tristeza antes. Una lágrima recorrió su mejilla como compañía de este pensamiento.

-Supongo que mejor me voy –dijo ella, sin levantar la mirada.

Volteó hacia la ventana, temerosa de que él notara su llanto, mientras afuera el clima lluvioso reflejaba la tristeza que ella sentía. Ese vacío, esa oscuridad que oprimían su cansado corazón.

Él asintió lentamente a su intento de despedida mientras ella se levantaba. En un último intento, él levantó la mirada; y sucedió lo que necesitaba. Vio sus lágrimas y su tristeza. Pero era tarde, ella ya había salido al frío mundo. Una vez más lejos de él. Una vez más lejos de amarlo. Y se dio cuenta de que era su última oportunidad.

Salió corriendo por la calle, dejando unos billetes en la mesa; y la llamó: ella volteó hacia él. Un segundo después, él estaba a su lado, y sin que ella atinara a reaccionar, él la besó.

Con un beso dulce. Un beso con cariño. Un beso que decía "no te vayas". Un beso que decía "te necesito". Un beso que decía "no quiero perderte". Un beso que decía "te amo".

Se separaron, y una mirada bastó para saber que era el fin. Ese era el final del comienzo y el principio de algo que no tendría fin.

Créditos: Kittyta